Hay Golpes en la Vida, tan Fuertes...

20 Junio 2008
“Hay golpes en la vida, tan fuertes...¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... ¡Yo no sé!...". Por Orlando Contreras sj.
Orlando Contrer... >
authenticated user Corresponsal
Como dolorosa y poéticamente lo dice Cesar Vallejos:
Hay golpes en la vida, tan fuertes...¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los cristos del alma,
de alguna fe adorable que el destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!”

Algo de esto y quizás más, suele experimentar una joven pareja cuando recibe la brutal noticia que su guagua, todavía en el vientre, vivirá, pero muy poco. Tan poco que no alcanzará a vivir el año. Todas las preguntas imaginables por lo injusto de la situación rondan, una y otra vez, el corazón de la pareja y de sus parientes más cercanos.
A mí mismo, como sacerdote, de las peores cosas que me toca vivir es cuando me piden que asista al funeral de una guagüita que murió a las pocas horas o días de haber nacido. En situaciones así no sé que decir ni qué hacer frente a los padres de la guagüita. Veo que no hay nada ni nadie que los consuele por la pérdida tan injusta de su inocente guagua. En el ataúd del angelito no solo yace su cuerpo sino también yace el futuro que ha muerto con ella; yace la esperanza muerta con ella... A eso ha de agregarse el trauma con el que queda la mamá frente a la posibilidad de un nuevo embarazo: ¿y si me vuelve a pasar? se pregunta ella. Todo es desolación... Yo mismo, en ese cuadro, quedo muy desolado; todos mis discursos y certezas teologales caen por tierra y, como los padres, me lleno de preguntas; preguntas para las que no encuentro respuesta…
Pero con Renatita pasó algo digno de ser compartido como un ejemplo de que el amor es más fuerte y profundo en medio de la desolación. Ella nació hace poco más de un mes con una insuficiencia cardíaca. El deterioro era tal que los médicos dijeron, a sus jóvenes padres, que no viviría mucho tiempo; por lo mismo les aconsejaron que lo mejor que podían hacer era llevarla a su casa y que la amaran; que disfrutaran de ella al máximo; que amarán a la hija que, estando enferma, sonreía; que fueran los mejores papás en el poco tiempo que la tendrían físicamente a su lado. Cuando escuché esto de labios de una tía de Renatita no pude sino expresar ¡qué sabio consejo el de los médicos!
Entre tantos dilemas que se le presentaron al papá estaba éste: ¿renunciar al trabajo para estar con su familia, su esposa y su pequeña hija para amarlas y cuidarlas o seguir trabajando y al mismo tiempo estar pendiente de su familia? El amor no lo hizo dudar y simplemente renunció a su trabajo. Sabia decisión la de este papá que se dejo llevar por el amor en medio de las dificultades asumiendo el riesgo de perder definitivamente su trabajo y los beneficios que se pierden cuando se renuncia.
Por eso al llegar a la casa donde estaban velando a Renatita percibí y sentí con fuerza que era testigo de una historia de amor; testigo de un dolor esperanzado; testigo de escuchar todos los beneficios que “en este mes recibimos de ella…; nunca habíamos estado tan unidos como desde que supimos la suerte de Renatita”. Junto a ellos y el pequeño ataúd dimos gracias a Dios porque, en su corta vida, ella pasó haciendo el bien y fue motivo para que sus padres, su hermana, sus abuelitos y sus tíos cumplieran con ella la misión que Dios nos da: amar hasta el extremo; amar en medio del dolor. Frente a tu ataúd espontáneamente tarareamos la canción de Violeta Parra:
“Ya se va para los cielos
ese querido angelito;
a rogar por sus abuelos,
por sus padres y hermanitos.
Cuando se muere la carne
El alma busca su sitio.
Adentro de una amapola
o dentro de un pajarito”.
Foto