A comer se ha dicho

26 Enero 2010
Una mujer anoréxica tiene su identidad quebrada entre el mundo de lo que quiere ver y lo que realmente es. Alguna bruja, algún señor sin fe, alguna pena heredada, la ha enviado a un mundo del que quizás no pueda regresar.
Juan Luis Castillo >
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“-¿Oye? – le preguntó a una mina en la disco. -¿Qué?- respondió ella. -¿Tú tienes anorexia?-continuó. -No ¿por qué?- preguntó ella a su vez. -Es que quería echarte carne.” Poema “Trastornos alimenticios”, Roberto Durán Manríquez ¿Qué podemos decir de una enfermedad donde la enferma no percibe su cuerpo como es, y que se aprecia siempre más gorda de lo que es? ¿Quién se atrevería a afrontar esta situación como lectura social y que traducida en muerte, se percibe como un cáncer estético?

Tiendo a pensar que los trastornos alimenticios van de la mano con las mujeres y los hombres a través de sus relaciones estéticas. Todo en una mezcla herencia-ambiente que en su justa dosis provoca el desorden de los ojos, pero siempre en plena conexión con el espíritu. Es increíble cómo desde afuera, la forma afecta el espíritu, el alma, la conciencia, la nada (elija Ud.), disociándolo y convirtiéndolo en una masa amorfa que amplifica la realidad con tal desmesura, que cuerpo y alma cooperan, y caen y se abisman hasta que, completa, como humana más de hueso que de carne, se despide de nosotros esa hada enferma de sí misma, dándole el beso de buenas noches a la tierra. Sentencias como:

“Filo con vos guatona, por eso no te gusta ir a la playa, por eso no te gusta el verano, por eso te bañai con polera”, evidencian el maltrato de la vista, el canon social que puja y tira a todas las mujeres del mundo. Y más allá, una flaca se mira al espejo aterrada porque alucina con un rollo que no tiene, pero que aún así no le permitirá lucir en verano el cuerpo que desea. Conspirar contra uno mismo debe ser uno de los trabajos más fáciles. Antonia Paz Hernández propone en su blog Putafina, en el post “El no ser perfecta me hiere”*, la siguiente puesta en escena: “Estuve el fin de semana, el sábado en la noche para ser más precisa, con mi amigo Roberto.

Él es un soñador y a mí a veces me gusta soñar, me refiero, cómo decirlo, a que estar tan conciente todo el tiempo y sufrir de eso que llaman realidad me marchita. Necesito espacios letárgicos, de tontos o tontas olvidados o de esos seres etéreos que casi rozan el mundo. Como sea, fuimos al Pub Babilonia. “Pulguilonia”, como dice Roberto. Pasaron rápido los coments sobre nuestros vívidos y poco trascendentes sucesos eróticos, lo importante surgió de improviso, como todo lo importante, cuando Roberto me comentó sobre su idea de crear una marca de ropa para adolescentes. Partió diciendo que ya tenía el nombre y el concepto, cosa difícil según él que no es más que un periodista a mal traer que sueña proyectos que no realiza. Como tantos, digo yo. La ropa se llama “KUL”. Me dijo que era precisa porque contenía la contracción del lenguaje que se sintetiza en el chateo: “tres letras para comunicar efectivamente que eres bacán”, me explicó.

Entonces le pregunté qué tenía esa ropa a parte de esa ensoñación de marca. “Es ropa, en verdad tengo la primera prenda recién, una polera ajustada para pendejas quinceañeras cuicas, la idea es poner en las prendas trozos de poesías famosas ancladas con motivos contemporáneos”. “Y cómo cresta es eso”, le pregunté. Y me lanzó el ejemplo de la polera que llevaba delante la imagen de una gran hamburguesa, debajo de ella la palabra ANOREXIA, y por la espalda un verso de una poetisa suicida que se llamó Silvia Plath. El verso decía: “El no ser perfecta me hiere”. Y Roberto arremetió, “este modelo es sólo para pendejas ricas, esculturales, que se atrevan a mostrar gráficamente una cosa tan contradictoria como la búsqueda de la belleza y la perfección a costa de cualquier cosa”. Yo lo quedé mirando y me reí, ya iba en el tercer happy hour”.

 

Resulta interesante el post en la medida que, de producirse una prenda con ese concepto, se establecería un cartel en movimiento y de denuncia a la vez, sobre la contradicción constante entre realidad y apariencia que conllevan en sí los trastornos alimenticios. Un disco pare. No veo en el ambiente este tipo de propuestas, más activas, sobre un problema que está entre nosotros a diario pero que muchas veces, valga la paradoja, no vemos o no sabemos ver. Quizás el hambre sea la clave de estos trastornos. El antihambre física en oposición al hambre brutal de los ojos. Desde ahí quién sabe.

 

En la película “El viaje de Chihiro”, de Hayao Miyazaki, probablemente el cineasta más dotado de imaginación que haya conocido en mi vida, Chihiro emprende una aventura tipo Alicia en el país de las maravillas para salvar a sus padres de quedar definitivamente transformados en cerdos. Para cumplir la empresa y no desaparecer, Chihiro debe darle su verdadero nombre a la bruja Yubaba, quien la rebautiza como Sen, esperando que al pasar el tiempo y su estadía, Chihiro olvide su nombre y permanezca definitivamente en ese extraño mundo, que no es otra cosa que un spa para dioses. La metáfora de perder el nombre, la identidad en el más esencial sentido de la palabra, me parece exacta cuando nos introducimos en la filosofía de una anoréxica. Recuerdo nítidamente a Yubaba haciendo firmar el contrato a Chiriro, sacando enseguida con una de sus uñas el nombre verdadero de la hoja. La sentencia es no volver a ser la misma, no volver al mundo al que pertenece.

 

Una mujer anoréxica tiene su identidad quebrada entre el mundo de lo que quiere ver y lo que realmente es. Alguna bruja, algún señor sin fe, algún mal recuerdo, alguna pena heredada, la ha enviado a un mundo del que quizás no pueda regresar. La oscuridad subyacente a esta mirada, se origina principalmente en cómo la afirmación de una identidad es dramáticamente preponderante a la hora de caer en el hoyo, y - a su vez - en cómo también puede ser el mejor de los escudos para no pisar el palito. Cuestión por lo demás difícil, ante tanto estímulo externo que les dice a las mujeres desde pequeñas a qué deben tender estéticamente.

 

Y si vamos más allá, cuando todo comienza, deberíamos estar lo suficientemente atentos como para percatarnos de que la generalidad ni siquiera roza el canon. Y es en ese punto donde todo se complica aún más, porque ¿qué mujer no quiere ser bella? Dentro de la sicología, y de las incipientes políticas de gobierno, el tema del apego ha venido tomando cada vez más importancia. Según Wikipedia, el apego se define como “una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección”. Me suena a identidad. Coherencia. Cosa rara. Según los preceptos conservadores, la familia es la base de la sociedad. Según los locos y locas que no tuvieron cariño ni apego suena a mentira. Una sociedad que remite a sus ciudadanos a consumir éxito, indefectiblemente provoca el desapego desde la cuna. Entonces se me hacen más humanos y claros los gritos y la violencia de las mamás hacia sus hijos en las poblaciones, y el grito sordo del vómito de una bulímica, o la negación brutal del alimento en el caso de las anoréxicas. Y hay disparos.

 

Ahora viene lo bueno. Creo. Existe un tipo alternativo de trastorno alimenticio que de cualquier modo sigue el estigma del abandono. Cero identidad. Persiste aún el sustrato: este que veo no es mi cuerpo. En este caso, la TV es el espejo donde esta sofisticada anoréxica de alma visualiza lo que quiere ser y no puede. Por esa contradicción alimentada en los programas juveniles tarderos, esos donde los cabros y cabras lo pasan chancho hablando, cantando o bailando como monos esquizoides, la anoréxica de alma no tiene más remedio que el sentimiento encontrado. Odia lo que ve pero quiere ser lo que ve. Y lo peor, no puede ser lo que ve porque es irremediablemente gorda y morena.

 

En ese sentido también podríamos llamarla anoréxica de farándula, más allá de sus huesos, su alma se va vaciando ante la pantalla, quedando un dolor latente y el odio a sí misma y hacia los demás. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, dice el segundo mandamiento. Conozco una anoréxica de farándula, que ha intentado a través de la literatura sortear su carencia. Con sus palabras ha buscado quebrar ese espejo tecno, pero no lo ha logrado. Ha hecho diatribas contra estos programas sin glam, como se deduce de sus escritos, y al hacerlo más se ha puesto en evidencia. Definitivamente está atrapada. Pero ¿quién no lo está, de algún modo?

 

Puntualmente en Antofagasta, quedé impactado cuando Peka me comentó sobre su visita al doctor. Ella tiene resistencia a la insulina, por lo que tiende a la gordura. Se ayuda con unas pastillas mágicas, además del glafornil. Intenta comer sano. Todo legal. El médico esta vez le cambió las pastillas. Le recetó un preparado no anfetamínico, el otro tampoco era. Así de grande está la ciencia. Sin embargo, para acceder a esta maravilla tuvo que esperar alrededor de una hora y media. El doctor, con una diligencia a toda prueba, le pidió disculpas por la tardanza, comentándole si había visto a la niña que acababa de salir de la consulta de la mano de su padre. Peka asintió. Le comentó al doctor a su vez que la niña le había llamado la atención por su extrema delgadez.

 

“Si pues”, respondió él, “bueno, cuando entró -continuó- le pregunté a qué venía, y ella me dijo que, obvio, para que le diera pastillas por su problema de gordura”. “Sabes -siguió- tiene 17 años y pesa 42 kilos, ese pobre caballero estaba muy preocupado, y en eso estuvimos, convenciéndola de que no necesitaba adelgazar más y que, al contrario, debía engordar un poco, a lo que ella se negaba rotundamente, de hecho, se había ofendido porque no mostrábamos comprensión ante su evidente sobrepeso”.

 

La imagen del papá, según Peka, era la cara misma de la desesperación. El doctor le recomendó llevarla al siquiatra, de hecho la derivó por interconsulta. Peka se quedó pensando cómo alguien podía llegar a tal estado de irracionalidad. Me pregunto qué me llevó a escribir sobre los trastornos alimenticios. Me respondo ahora: el hambre es un tema mundial. La anoréxica o la bulímica padecen un hambre de identidad, de deseo profundo de ser lo que no pueden. Esta perspectiva invariablemente la traslado hacia otros escenarios tal vez menos graves para la salud pero igual de dramáticos y tristes. Hambre también siente el drogadicto cuando no tiene su comida, y aunque coma y coma siempre va a necesitar más. Porque su comida es la droga.

 

Creo que otro post de Antonia Paz Hernández, “Golfistas y Cadis”, explica mejor mi visión. “Emilia, una amiga antigua, de esas que te encuentras después de harto tiempo y te reconoces y te conectas en pocos minutos, como si nunca hubiese pasado un pedazo de vida, me invitó a un asado. Nada qué hacer, viernes sin happy hours. Me animé. Era donde su amiga Nuri, ingeniera comercial de la norte que hablaba como si fuese una cuica de las más alcurniosas.

 

Pero una raíz, una pequeña mueca falsa y enseguida podías saber que era de la provincia, que por el estudio había escalado alguna posición. No era para nada desagradable pero ese rasgo la hacía poco interesante, derechamente tonta. Los demás fueron llegando y ese mismo aire medio cuico, algo estirado y sin sustancia fue llenando el lugar. Emilia quizá era la única real en ese espacio. Me llamó la atención por qué se juntaba con esa gente si hasta en la luz más baja ella se veía distinta. La soledad, me dije, la misma que hoy me trajo acá. Entonces llegó German, apurado, como si viniera de algo intenso e importante o quizá como si quisiera que lo dejáramos descansar un rato después de una larga jornada. En su mano derecha traía algo.

 

Al comienzo pensé que era un palo de pool o algo así, pero no. Un brillante y largo palo de golf se asomaba delante de mis ojos que a estas alturas ya estaban un poco desorbitados por el vino blanco helado que había bebido. German se sentó en el sillón moviendo sus brazos con efusividad mientras relataba cómo lo habían tratado de asaltar y con qué pericia había logrado zafarse del maleante a puros golpes de golf. Era entretenido, chistoso. Hasta que un rato después supe que era un empresario exitoso del sur que estaba instalando una empresa de ingeniería en la zona. Algo no me calzó al ver la cara sobre todo de Nuri que a su vez se esmeraba por parecer más refinada y cuica que antes. Bebí hasta que me sentí con sueño y me fui.

 

A los tres días me reencontré con Emilia quién estaba muy nerviosa porque su pololo, un ingeniero de la pampa, estaba de cumpleaños y no había encontrado el regalo que quería. “Carlos juega golf y no sé dónde hay artículos de golf en Antofagasta”, me dijo. “Ubica a German, el del asado, él por lo que se vio juega golf también”, contesté. Emilia llamó a Nuri quien a su vez llamó a German quien recomendó fuéramos al Mall porque ahí habían artículos de golf. No sé cuántas vueltas nos dimos por ese maldito lugar. Cuatro a lo menos. Emilia llamó a Nuri.

 

German esta vez no contestó. Nuri llamó a su amiga Rosa que ubicaba a German de la Xtres . Rosa le dio el número telefónico de la empresa donde trabajaba German porque conocía a otro ingeniero de ahí. “Aló”, dijo Nuri“. ¿Sí?”. “Se encontrará German García”. “Disculpe ¿quien dijo?”. “German García, el gerente”.

 

“Señorita, el único German García que trabaja aquí es el junior pero en estos momentos no se encuentra”. Y Nuri lanzó un ramillete de chuchadas al aire perdiendo toda esa fineza que exhibió cuando la conocí en el asado”. Este patético ejemplo es un apéndice de la ferocidad de los espejos, la estética de los modelos, la esencia de una anoréxica. Cabe la pregunta de qué hacer ante un problema de esta magnitud. Probablemente bien poco. Es una desviación sistémica, como diría un ingeniero. Un fenómeno dentro de un cosmos equilibrado. Pero esa no sería una respuesta válida y oportuna para el padre de la niña de la consulta.

 

Quizás sea conveniente observar mejor. Humanizar la mirada, generar apego, quebrar espejos. En mi caso particular la literatura y la expresión de la palabra me han servido para hacer el ejercicio. Es una función válida. Otros buscarán su propia posibilidad en la religión, en el deporte, en fin. De eso se trata. Quizás. Los más ambiciosos buscarán el poder, el dominio del otro. Eso que algunos llaman servicio público. Allá ellos. Un amigo poeta pudo haber sido un sicópata. Eso de sentir demasiado, ser ultrasensible, derivó en alejarse de todo sentimiento. El rechazo y la burla, el buling en el colegio, la separación de sus padres, las drogas y el alcohol, pudieron haberlo alejado del centro humano a tal punto de que sólo la venganza fuese el consuelo adecuado.

 

En ese caso la venganza podría haber tomado distintos caminos. Uno de las más comunes hubiese sido asumir el poder de tener el control dañando al otro. Cobrando la deuda a la sociedad. Pues bien, la poesía y el nacimiento de su hija hicieron del sicópata un hombre, el arte y la vida misma salvó al ser humano, nosotros, sus amigos, estuvimos presentes en esa transformación, y creímos más que nunca en ese poder que ilumina a los que no tienen religión ni iglesia.

 

Las anoréxicas se vengan de sí mismas. El autocastigo es su salida. Por eso siempre me miro en el espejo y me digo: al fin y al cabo todo se trata de uno mismo.

 

*Del diario de Sylvia Plath (Estados Unidos-1932/1963) _ FOTO/FLICKR: burnt out Impurities