Mañana es el lanzamiento de "Conversadores Platónicos" de Juan Pablo Rudolffi

Mañana es el lanzamiento de "Conversadores Platónicos" de Juan Pablo Rudolffi

29 Octubre 2014

El autor, nacido en la ciudad de Calama, presentará este 30 de octubre su publicación literaria llamada "Conversadores Platónicos". El estreno será a las cinco de la tarde en la Sala de la Memoria de la Biblioteca Regional de Antofagasta.

Equipo El Nortero >
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Extracto del  CAPÍTULO 9

“Benzoilmetilecgonina”

Bajar por la Alameda siempre es algo reconfortante, al menos uno puede ver gente más aproblemada que uno mismo, por ejemplo los inválidos, pasan con sus fríos matutinos, algunos en sillas de ruedas, tardan el doble que cualquier tipo en bajar desde Moneda a Los Héroes, porque nadie se corre, nadie da la pasada y ellos no pueden esquivar como lo hacen los oficinistas, profesionales en el tránsito callejero, pero igual les afectan ciertas cosas, por ejemplo pasar por afuera del bar  “Entrelata” y sentir el olor de las cervezas y los gritos desesperados de los jóvenes universitarios que beben a las 10 de la mañana mientras los profesores esperan con frío que llegue al menos uno, pero nadie llegará, así que tendrán tiempo de codearse con los cafecitos y podrán hablar de la administración de la universidad, de los niños “problemas”, del profesor de ingeniería, de lo mal que viste la rectora, de lo mierda que son ellos mismos, pero ahí terminan infinitamente callando.

Yo continúo liándome con la Alameda y en partes o ciertos lugares pareciera que la beso, como quien besa a una asesina, una villana que guarda atroces secretos, y ha sido tantas veces regada con sangre, pero me gusta, me gustan las manchas de aceite que han dejado los automóviles que volaron en las noches del neón feroces en busca de alguna experiencia o tardes al encuentro con amigos, o tal vez a la conversación ebria con los padres o los hijos, conversaciones ebrias que terminarían en un mapa del mundo donde apuntaría el lugar donde iría a desaparecer, pero es demasiado complicado, porque no cualquiera a los diez años sería capaz de cruzar nadando el Pacífico, para luego liarse con el Atlántico y tal vez sin duda alguna el Mar Rojo y las pesadas colinas de los hormigueos, o la desolada tierra criminal de la África caliente, de los leones hambrientos, el caso es que en la Alameda hay pequeños vidrios molidos en casi todas las esquinas y han prohibido la construcción de animitas, por algo lógico, si pusiéramos una daríamos el paso a que todo el mundo ponga la suya, porque a todo el mundo se le ha muerto algo en la Alameda, a los niños muchas veces se le han caído las paletas, los más desesperados perdieron la esperanza, otros la juventud,  algunos la vejez, yo perdí la coherencia y la fe y una que otra cajita de vino arrebatada por la policía, que luego terminaban a punto de llorar cuando les contaba la vieja historia, inventada por mí para salvarme de la detención, “vengo de muy lejos en busca de una oportunidad, estuve trabajando y me echaron hoy en la tarde, no me alcanza el dinero para ir a algún bar y tengo que hacer hora hasta mañana y tal vez hasta otra semana más porque no me alcanza para pagar un lugar donde dormir, tomaba ese vino para abrigarme”, y claro que harapiento era en esos tiempos, pero de puro flojo, jamás lavé ni siquiera un solo calzoncillo. Tal vez sí quisiera ver la Alameda llena de animitas, cada una con sus respectivas velas encendidas, algunas con plaquitas del “Gracias por favor concedido”, otras con cigarrillos y latas de cerveza, otras con fotos destruidas con el sol, en el norte tienen flores de papel, en la Alameda tendrían flores de grasa, flores de restos de hamburguesas, flores con sangre sidosa y flores con sangre voraz.