"Miguel San Miguel": Amistad en tiempos de dictadura, con música de rock de fondo

"Miguel San Miguel": Amistad en tiempos de dictadura, con música de rock de fondo

24 Noviembre 2012

Con apretados 80 minutos de duración, esta película de Matías Cruz es un riesgo, sobre todo porque dar rostro a Los Prisioneros era tarea más que difícil. COMENTARIO DE CINE POR VÍCTOR BÓRQUEZ

Victor Bórquez Núñez >
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Víctor Bórquez Núñez

Periodista, comentarista de cine.

Si esta película fuera la historia de una amistad entre tres adolescentes, sería un trabajo lleno de hallazgos por su sencilla aproximación a un entorno oprobioso –el de la dictadura de Pinochet en los años ochenta-  y serviría para constatar que el género de los ‘biopics’  (películas de biografías), es un terreno por descubrir en Chile, a pesar de que ha habido intentos interesantes en estos últimos tiempos, como fueron “Bombal” y “Violeta se fue a los cielos”.

Pero no es la historia de tres muchachos de enseñanza media común y corriente, se trata de los adolescentes Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia, justo cuando se estaban preparando para convertirse en la voz de los ochenta, remover para siempre la música nacional y demostrar que chiquillos provenientes de un medio pobre -Departamental con Panamericana Sur, paisaje físico y social donde se desarrolló su etapa como liceanos- .podían ser estrellas en un momento crucial para nuestro país.

Porque, efectivamente, “Miguel, San Miguel” narra en clave de biopic, en soberbio blanco y negro, es la historia que precede al nacimiento oficial de “Los Prisioneros” que pudieron ser “Los Vinchucas” o “Los delincuentes”, si atendemos a lo narrado en el filme.

Se trata del debut en el cine de Matías Cruz y está centrado en Miguel Tapia, al cual se le achaca el haber soñado y llevado a cabo la hazaña de salir de un anonimato absoluto para hacer en el centro mismo de la escena rockera de América Latina.

Llama sí la atención que se deje en un deliberado segundo plano a Jorge González, líder natural de la banda, cuya personalidad despierta amores y odios en idéntica dosis y que acá, en los albores del grupo, más parece un chico que se apenas se rebela contra la violencia que los rodea, aun cuando en el guión se le dé cabida para que elabore una de sus legendarias frases: “Led Zeppelin es la música de Providencia en los años 70. Nosotros no vamos a hacer eso, nosotros somos Gran Avenida y Departamental, somos San Miguel”.

Puede objetarse a “Miguel, San Miguel que se carguen las tintas a favor de Miguel Tapia, que todos los capítulos de su existencia sea más una fábula de los años 80 que una radiografía certera de esos años de incertidumbre y prepotencia.

También nadie puede negar que su relato peque de simpleza narrativa, con emociones primarias y que se pierda la oportunidad de hincar el diente en sucesos claves de la amistad y los conflictos de estos chicos que, sin saberlo, se empinaban a dar el salto a la fama.

Puede decirse que es la opción del director, cierto, pero a estas alturas y con ejemplos donde se ha calado hasta las últimas consecuencias en la vida y los egos de las grandes figuras, parece pobre su concepción visual, aun cuando quienes vivimos su auge, no podamos dejar de reconocer que lo predominante (y se agradece) es una cuota de nostalgia que llega a la emoción.

Con apretados 80 minutos de duración, esta película de Matías Cruz es un riesgo, sobre todo porque dar rostro a Los Prisioneros era tarea más que difícil y puede que sea un punto a su favor el haber utilizado los rostros de Eduardo Fernández como Miguel Tapia, Mauricio Vaca en el rol de Jorge González y Diego Boggioni como Claudio Narea.

El telón de fondo de todo el proceso de estos chiquillos que se empinan para ser famosos es la estética de una sociedad marcada por signos de violencia y objetos de culto como la vieja radio National Panasonic transmitiendo Cooperativa AM, usando la voz de Sergio Campos, que haya una escena en la disquería Fusión y cada cierto tiempo se muestren las protestas con los clásicos neumáticos quemados en la calle y a un pueblo que se alzaba con fuerza para decir basta a la dictadura.

El chiste más grande es que en una secuencia aparece un desconocido que puso un aviso en el diario para vender una batería…que es interpretado brevemente por el propio Miguel Tapia, en un juego casi metalingüístico.

Así, en las sumas y restas, “Miguel, San Miguel” termina siendo una postal de los años ochenta. Pero pudo ser un gran mural, pero no alcanzó la estatura suficiente.

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