Chile recuerda: “Pinochet es un estigma para Chile y para el mundo”

11 Septiembre 2013

Durante el gobierno de Pinochet en Chile, el activista pro derechos humanos José Zalaquett fue detenido dos veces y finalmente se vio obligado a exiliarse. Aquí cuenta su historia y lo que piensa que significa actualmente la figura de Augusto Pinochet.

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Cuando Augusto Pinochet tomó el poder en Chile, hace 40 años, el profesor de Derecho José Zalaquett impartía clase en la Universidad de Chile. Aunque la noticia no le sorprendió en su momento, los días siguientes empezaron a parecerse a un guión cinematográfico.

“Vimos que iba a producirse el golpe. Fue como una tragedia griega anunciada de la que todo el mundo sabe el final, pero nadie puede evitarlo”, dice.

Cuando Pinochet tomó el poder por la fuerza, Zalaquett, su entonces esposa y sus dos hijas de corta edad tomaron algunas pertenencias y se marcharon de su casa para vivir relativamente a salvo con un amigo, en las afueras de la ciudad.

Allí pasaron horas reunidos frente al televisor, viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos, incluidas la muerte del presidente Allende y las declaraciones de las nuevas autoridades, que prometieron públicamente “erradicar el cáncer marxista en Chile”.

Poco después de tomar posesión, las autoridades militares publicaron listas de personas a las que buscaban para detener. El jefe de José apareció en la primera de ellas.

Un trabajo peligroso

 
Sin dejarse intimidar por la posible amenaza para su seguridad y la de su familia, unos meses después del golpe José se incorporó al Comité pro Paz. Era una nueva organización de la iglesia que asumió la peligrosa labor de documentar abusos y proporcionar asistencia letrada gratuita a los detenidos y a sus familias.

José estaba encargado de recopilar información sobre cientos de hombres y mujeres detenidos o desaparecidos.

Los acontecimientos se desarrollaron con rapidez y para los chilenos la vida se convirtió en algo casi irreconocible. Partidos políticos y sindicatos fueron prohibidos, las detenciones de activistas aumentaron y se impuso el toque de queda, lo que significaba que nadie podía ser visto en la calle entre la medianoche y las 6 de la mañana.

“El gobierno militar impuso un control muy estricto... si estabas en la calle entre esas horas podían dispararte”, recuerda José.

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