Pensar en bus o pensar en avión

Pensar en bus o pensar en avión

07 Enero 2014

Nunca he viajado en avión porque sé que no me gustará. Muchos hablan de la rapidez del avión, uno no va incómodo, dicen. En bus vas con el trasero cuadrado, me contraargumentan, y me repiten: es rápido. ¿Pero para qué ahorrar tiempo?, el tiempo sobra. Siempre.

Eltor Ortega >
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Los terminales de buses tienen algo especial, un nosequé, algo que se huele en el aire. Son lugares de despedidas y reencuentros.

Los aeropuertos siempre están alejados de la ciudad, no es fácil llegar a menos que se tenga un vehículo para ir y así no pagar un transfer o algo así. No son de fácil acceso. No como un terminal de bus, que por lo general, están dentro de la ciudad y al menos en Antofagasta es cosa de tomar una micro y listo.

El bus, si bien algunos pasan de tragedia en tragedia, ofrece paisaje. Ofrece la interacción de la señora con un bebé y su pañal repleto de deshechos y olores, el sudor del compañero de asiento que suda y al dormir apoya su cabeza en uno. Pero aun así, la posibilidad de disfrutar el paisaje, de presenciar el cambio de la geografía; del cerro gris al frondoso, del mar tranquilo al furioso que choca contra las rocas y a veces desaparece.

Nunca he viajado en avión pero he ido un par de veces a acompañar a alguien para su viaje y aquellas veces la estructura, el todo, no es acogedor. Es frío.

Nunca he viajado en avión porque sé que no me gustará. Muchos hablan de la rapidez del avión, uno no va incómodo, dicen. En bus vas con el trasero cuadrado, me contraargumentan, y me repiten: es rápido. ¿Pero para qué ahorrar tiempo?, el tiempo sobra. Siempre.

Cuando chico siempre viajaba, viajes largos, casi siempre de Iquique/Antofagasta a Santiago, en bus. Disfrutaba muchísimo esos viajes. Algo más grande también preferí hacer esos trayectos en bus y, entre otras cosas, aprovechar de comprar dulces de la Ligua y comer en el camino.

Claro, el avión es más cómodo. El avión da el estatus. El bus tal vez no. Soy un resentido social: un comunista.

El terminal de buses; cientos de personas esperando a conocidos y seres queridos llegar a destino o despidiéndose de ellos. El terminal de bus tiene un aire melancólico que ningún otro lugar tiene. El joven esperando a su novia llegar de sus vacaciones, tal vez para acabar la relación o para reafirmarla, quién sabe. El padre que estuvo ausente durante mucho tiempo espera a sus hijos que, encargados con el auxiliar de la empresa, estarán con él por un par de semanas. La mujer que se despide de su hijo que sale de viaje junto a su grupo scout, contiene sus lágrimas.

Muchas historias. Todas se mezclan. Hay un olor entre ellos, un olor que al entrar cualquiera percibe.

En avión uno puede mirar a todos desde arriba, altivos, literalmente. Ver la pequeñez de todos y pensar en eso. Prefiero la tierra y mirar a los ojos. Todos al mismo nivel.

En el aeropuerto no. Hecho el check-in y listo. Hay que subir raudo al aparato volador y pestañear lentamente para llegar al destino. No hay que perder el tiempo, no, no hay que perder tiempo. No como ese bus que se atrasa porque un auxiliar está comiendo algo para deshacer el hambre.

Si existiesen los trenes como medio de transporte disfrutaría mucho de ellos. Más que los buses. Tal vez sea un fetiche o simple tontera. En mi vida pasada de seguro fui un tren o un bus. Un avión nunca.