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“Esos no cuentan” o la invisibilización de la servidumbre

26 Junio 2020

Para los herederos del feudalismo y del latifundismo, la servidumbre no existe.

Iván Ávila >
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Por Iván Ávila Pérez. Periodista, escritor y guionista.

Herman Chadwick aseguró que no había más de veinte personas en el funeral de su tío, el sacerdote Bernardino Piñera, otro de los tantos clérigos chilenos sobre los que pesan acusaciones por abuso infantil, y que falleció hace unos días, sin que la justicia le haya tocado pelo. Chadwick respondía a las críticas masivas que pretendían justificar la apertura del ataúd del difunto, aunque producto de la pandemia y por exigencia sanitaria, eso está prohibido, y la asistencia masiva de familiares al funeral. Chadwick se dio el tiempo de contarlos y mencionarlos, incluyendo al Presidente. En sus cálculos, había veinte personas. Cuando el periodista le recordó que además de la parentela había un sacerdote, músicos y fotógrafos, Chadwick disparó: “Esos no cuentan”.

¿Esos no cuentan? No, no cuentan. Para los herederos del feudalismo y del latifundismo, la servidumbre no existe. No tiene cara ni forma, no tiene familia, esperanzas ni desdichas ni sueños. Es mera fuerza de trabajo, desechable, reemplazable y transitoria.

No sé si sea la peor cara de la idiosincrasia de un sector de nuestra sociedad. Recordemos que no han sido pocos los que en el marco de la pandemia, han declarado abiertamente que las vidas pueden ser sacrificadas siempre y cuando, se mantenga la producción, por encima de cualquier costo. Y duele, como ciudadano y como ser humano, que desde el olimpo de los privilegios Herman Chadwick se haya convertido, con una indiferencia y frialdad que quizás ni el mismo comprende, en el rostro visible de lo que muchos como él piensan todavía; en sus mentes divergentes, existen categorías tan brutales de segregación clasista que nos invisibilizan, que nos convierten en números, en curvas de un gráfico desalmado, en obreros transmutados en peones en un tablero llamado Chile, país que todavía respira el opio del siglo XIX, aunque quizás lo peor no es que “no contemos”, sino que todavía hay personas que se sienten dichosas de “no contar”. Y siguen respetándolos y justificándolos, adorándolos y besando el suelo que pisan aquellos que no los cuentan, como si fueran semidioses ante los que hay que rendirse sin condiciones, sin importar los abusos ni el desprecio. Y eso es mucho más complejo y preocupante que la actitud de aquellos que ostentan ese poder autoconcedido, en una vergonzosa  costumbre colonial que, por ejemplo, se refleja en frases tan manidas como “no muerdas la mano que te da de comer”.

MIGAJAS Y SOBRAS

Por eso nos acostumbramos a migajas y sobras. Y las agradecemos porque una clase supuestamente superior, nos enseñó a que eso era lo correcto, lo normal, lo socialmente aceptado, y aunque han soplado vientos de cambio y equidad, hay algunos que permanecen inamovibles, como viejos troncos que se niegan a ser vencidos por el tiempo. En sus mentes permanece esa costumbre de superioridad decimonónica, anacrónica y ausente de todo fundamento, pero profundamente instalada en nuestra sociedad.

Cuando una sociedad se vanagloria de cifras, tablas y datos y no ve los rostros detrás de aquellos números, es que algo no anda bien. Cuando las más profundas injusticias e inequidades se transforman en porcentajes, quitándole humanidad a la pobreza, la violencia, la migración, la vejez, la infancia desvalida, las enfermedades o la cesantía, es que nos enfrentamos a problemáticas tan graves como las que vivimos hoy (y desde hace décadas) en Chile. Porque tras la acérrima defensa del neoliberalismo, hay también una filosofía que ensalza y antepone los privilegios y la diferenciación de clases por encima del sentido común y el bienestar de todos y todas. Eso es lo que lleva a que “esos no cuenten”: no son de mi nivel social, no poseen los bienes que yo poseo, no provienen de mi árbol genealógico, no se codean conmigo en los lugares que suelo frecuentar. “Esos no cuentan” porque son fuerza de trabajo, son empleados anónimos, son números que ingresar al gigantesco inventario que mantiene en movimiento al país.

Estamos lejos de constituirnos en una sociedad más equitativa y respetuosa de los derechos inalienables de cada persona. En cierta medida, no menos importante, es por esta ideología subyacente que mantiene al opresor y al oprimido en posiciones inamovibles (en donde ambos se sienten muy cómodos), la lógica insustituible del patrón y el labriego que convence a muchos de su perfecto funcionamiento durante siglos y que por su “éxito”, no es necesario cambiar. Esa es la causa del “esos no cuentan”, idea que debe ser erradicada muy pronto de nuestras acciones, certidumbres y rutinas para continuar estableciendo escenarios de respeto, equidad y humanidad que nos lleven a mirarnos a los ojos como iguales a pesar de nuestras diferencias; como hombres y mujeres con derechos, nombres y apellidos y nunca más como extraños anónimos en nuestra propia tierra.

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