Andrés Bello López , el poeta desconocido

06 Octubre 2020
Manuel Carmona >
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Por Manuel Rodrigo Carmona Araya. Abogado y escritor.

Ciudadano venezolano, abogado, creador del Código Civil Chileno, pero pocos saben que este excepcional personaje también fue poeta. Parece que ser abogado/a y poeta fueran dos polos opuestos mas esto es un paradigma, puesto que la mayoría de quienes ejercen esta profesión tienen una sensibilidad que se tiende a esconder bajo un traje necesario para dar “mayor seriedad” a quienes tocan nuestra puerta, nada mejor que poetas para brindar la empatía e inteligencia necesaria que todo frío litigio exige, porque para caminar sobre el fuego, se requieren pies ligeros y un timo (órgano linfoide primario) despierto.

 Sin mayor introducción les comparto alguno de los poemas cuya autoría corresponden a Don Andrés Bello:

A la Nave

¿Qué nuevas esperanzas

al mar te llevan? Torna,

torna, atrevida nave,

a la nativa costa.

 

Aún ves de la pasada

tormenta mil memorias,

¿y ya a correr fortuna

segunda vez te arrojas?

 

Sembrada está de sirtes

aleves tu derrota,

do tarde los peligros

avisará la sonda.

 

¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,

mientras el mar las conchas

de la ribera halaga

con apacibles olas.

 

Presto erizando cerros

vendrá a batir las rocas,

y náufragas reliquias

hará a Neptuno alfombra.

 

De flámulas de seda

la presumida pompa

no arredra los insultos

de tempestad sonora.

 

¿Qué valen contra el Euro,

tirano de las ondas,

las barras y leones

de tu dorada popa?

 

¿Qué tu nombre, famoso

en reinos de la aurora,

y donde al sol recibe

su cristalina alcoba?

 

Ayer por estas aguas,

segura de sí propia,

desafiaba al viento

otra arrogante proa;

 

Y ya, padrón infausto

que al navegante asombra,

en un desnudo escollo

está cubierta de ovas.

 

¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo

no tuerces? ¿Orgullosa

descoges nuevas velas,

y sin pavor te engolfas?

 

¿No ves, ¡oh malhadada!

que ya el cielo se entolda,

y las nubes bramando

relámpagos abortan?

 

¿No ves la espuma cana,

que hinchada se alborota,

ni el vendaval te asusta,

que silba en las maromas?

 

¡Vuelve, objeto querido

de mi inquietud ansiosa;

vuelve a la amiga playa,

antes que el sol se esconda!

Diálogo

 

POETA

-Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo;

obedece a la voz del mago Mitre,

que ha convertido en trípode el pupitre;

apréstate a una espléndida misión.

 

CÓNDOR

-¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido

en el silencio lóbrego derramas

cántico misterioso! ¿a qué me llamas?

Yo sostengo de Chile el paladión.

 

POETA

-No importa; es caso urgente, es una empresa

digna de ti, de tu encumbrado vuelo,

y de tus uñas; subirás al cielo,

escalarás la vasta esfera azul.

 

CÓNDOR

-¿Y qué será del paladión en tanto,

cuya custodia la nación me fía?

 

POETA

-Puedes encomendarlo por un día

a las fieles pezuñas del Huemul.

 

CÓNDOR

Pero el camino del Olimpo ignoro.

 

POETA

-Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera,

en pro de nuestros padres, la primera

chispa de libertad que en Chile ardió.

 

CÓNDOR

-¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña!

Robaba entonces yo por valle y cumbre,

según mi antigua natural costumbre;

monarca de los buitres era yo.

Años después, llamáronme, y conmigo

vino esa pobre, tímida alimaña,

de los andinos valles ermitaña;

y, el paladión nos dieron a guardar.

Mal concertada yunta, que, algún día,

recordando los hábitos de marras,

estuve a punto de esgrimir las garras,

y atroz huemulicidio ejecutar.

 

POETA

-¡Oh mente de los hombres adivina!

¡Oh inspiración profética! No sabes,

alado monstruo, espanto de las aves,

el oculto misterio de esa unión.

 

¡Junto a la mansa paz, atroz instinto

de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno,

audaz el otro en tentador ayuno,

y de la Patria en medio el paladión!

 

Tremendo porvenir, yo te adivino,

pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso

de la ilustrada Europa al rudo ocaso;

está en el libro del destino así.

 

Sus últimos destellos da la antorcha

que el hijo de Japeto trajo al mundo;

suceda al viejo faro moribundo

joven tizón, ardiente, baladí.

 

CÓNDOR

-No sé, poeta, interpretar enigmas;

no entiendo de tizones ni de faro.

Deja los circunloquios, y habla claro.

¿De qué se trata? Explícate una vez.

 

POETA

-De aquel fuego sagrado que trajiste

¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo,

apenas queda agonizante brillo;

nos viene encima infausta lobreguez.

Renovarlo es preciso.

 

CÓNDOR

-¿Cómo?

 

POETA

-Debes

seguir del sol la luminosa huella,

sorprenderle, robarle una centella,

metértela en los ojos, y escapar.

 

CÓNDOR

-Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas,

cual si fueran volcánicas cavernas.

¿Y qué haré luego de mis dos linternas?

 

POETA

-Quiero a Chile con ellas incendiar.

 

CÓNDOR

-¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas?

 

POETA

-Incendiarlo pretendo en patriotismo;

abrasarlo, molondro, no es lo mismo;

quiero hacer una inmensa fundición.

Quiero llamas que cundan pavorosas,

descomunales llamas, llamas grandes,

que derritan la nieve de los Andes

y la de tanto helado corazón.

 

¿Abrasar? ¡Linda flema! -¿Es tiempo ahora

de contentarse con mezquinas brasas

que den pálida luz, chispas escasas,

como para el abrigo de un desván?

No, señor; vasto incendio, llamas, llamas,

que unas sobre las otras se encaramen,

y levantando rojas crestas bramen,

y les sirva de fuelle un huracán.

 

Despacha, pues; arranca; desarrolla

el raudo vuelo; tiende el ala grave,

como la parda vela de la nave

cuando silba en la jarcia el vendaval.

Vuela, vuela, plumífero pirata;

recuerda tu nativa felonía;

asalta de improviso al rey del día

en su carroza de oro y de cristal.

 

CÓNDOR

-Ya te obedezco, y tiendo como mandas,

el ala; aunque eso de tenderla un ave

no ligera ni leve, sino grave,

para tanto volar no es lo mejor.

Y si de más a más tenderla debo,

como la parda vela el navegante

cuando oye la tormenta resonante

que amenazando silba, peor que peor.

 

Que no despliega entonces el velamen,

antes amaina el cauto marinero,

y aguanta a palo seco el choque fiero,

si salvar piensa al mísero bajel.

Así lo vi mil veces, revolando

entre las nubes negras, cuando hinchaba

la Mar del Sur sus ondas, y bregaba

contra la tempestad el timonel.

 

POETA

-No lo entiendes: la nave del Estado

es la que yo pintaba; y la maniobra

a que apelamos hoy, cuando zozobra,

no es amainar, estúpido ladrón.

 

CÓNDOR

-¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto?

 

POETA

-Según doctrina de moderna escuela,

debe correr fortuna a toda vela,

sin bitácora, sonda, ni timón.

Si tú leyeras, avechucho idiota,

gacetas nacionales y extranjeras,

la ignorancia en que vives conocieras;

todo ha cambiado entre los hombres ya.

 

Altos descubrimientos reservados

tuvo el destino al siglo diecinueve;

hoy en cualquiera charco un niño bebe

más que en un hondo río su papá.

¡Oh siglo de los siglos! ¡Cual machacas

es tu almirez decrépitas ideas!

 

¡Qué de fantasmagorías coloreas

en el vapor del vino y del café!

¡No era lástima ver encandilarse

los hombres estudiándose a sí mismos;

y tras mil embrollados silogismos,

salir con sólo sé que nada sé!

 

¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala,

y apercibe también las corvas uñas,

y guárdate de mí si refunfuñas,

lobo rapaz, injerto de avestruz.

 

CÓNDOR

¿volando? -Ama aún el buitre robador su nido;

Chile, a traerte voy, no la centella

que incendiando devora, sino aquella

que da calor vital y hermosa luz.

 

Código Civil Chileno Art. 620 CC

Las abejas que huyen de la colmena y posan en árbol que no sea del dueño de ésta, vuelven a su libertad natural, y cualquiera puede apoderarse de ellas, y de los panales fabricados por ellas, con tal que no lo hagan sin permiso del dueño en tierras ajenas, cercadas o cultivadas, o contra la prohibición del mismo en las otras; pero al dueño de la colmena no podrá prohibirse que persiga a las abejas fugitivas en tierras que no estén cercadas ni cultivadas.

 

La poesía esta entrelazada con todo, la poesía no se puede encarcelar en palabras y sin embargo las necesita ¿las necesita?

 

“Todo es mentira, ya verás La poesía es la única verdad”

Gustavo Cerati.