Antofagasta: Ejercicio, cuerpo en relación a la ciudad [FOTOS]

Antofagasta: Ejercicio, cuerpo en relación a la ciudad [FOTOS]

15 Junio 2021
¿Cómo pensar la presión del valor ciudadano, los resguardos institucionales que implican al propio cuerpo como estructura? ¿Cuáles son los espacios que nos invitan a experiencias diferentes, que pudiesen de alguna manera desarticular la normativa del cuerpo?
Paula Carmona Araya >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Estas preguntas genéricas aterrizan en la ciudad de Antofagasta, desde un recorrido personal que contempla un ejercicio reflexivo en el andar ciudadano.

Encontrando un lugar a modo de ejemplo, el Bosque Escondido, donde nos detendremos para pensar en un espacio diferente. Este ejercicio pretende ser colectivo y versátil, como una interrogación abierta ante todos los cuerpos y territorios, por lo que la invitación es a pensar lo aquí dicho como una especie de esbozo de mapa poético y conceptual en búsqueda de esos espacios de experiencias distintas.

Es necesario hacer un pequeño preámbulo en torno a lo experiencial, concepto clave para pensar la relación entre cuerpo y lugar. Dotando ese espacio diferente con una condición de rasgos benjaminianos, donde la aparición aurática se presenta ante quién vivencia el objeto como algo irrepetible, que en este caso nos servirá para reflexionar en torno a la búsqueda de experiencias que pudiesen desarticular las normativas del cuerpo. Proponiendo coordenadas de habitabilidad en el espacio. Si bien en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de Benjamin se complejizan valores en torno al culto y lo expositivo, además de cuestionamientos temporales y políticos, que pudiesen servir para análisis más específicos, nos quedaremos con la importancia de la emoción, de lo irrepresentable frente a las estructuras ciudadanas.

Ejercicio

Aterrizamos con las mascarillas manchadas y marcadas en el rosto, y con el llanto desesperado de una bebé con los oídos llenos de presión, de aire saturado en picada. Ese es el oír de las nubes chocando con nuestra posibilidad de volar, todxs somos esa niña adolorida por la frustración de la gravedad ¿Pero de que va este asunto de suelos y cielos en tanto el cuerpo? Podríamos acordar que el cuerpo se inventa a través de la cultura, y que por tanto mantiene una dependencia sistemática que lo hace actuar acorde a los desarrollos hegemónicos de la época. Es así que, al pensarnos como el reflejo de esa niña, asumimos una afectación del contexto que nos supera. Siendo el avión que nos acerca al cielo una condición analógica con la ciudad que nos dispone en el suelo. Una estructura media entre los cuerpos para implementar un orden determinado de comportamiento.

Siguiendo por el recorrido narrativo en Antofagasta, lugar que no visitaba hace mucho tiempo a causa de la pandemia, pensando en la calidad de la tierra desteñida, desgastada y consumida. Fijo la mirada en el sol, el cual tiene comportamiento de foco sobre las huellas que empobrecen el territorio, destacándolas como anomalía en un ideal provinciano. Esas huellas son parecidas a las marcas que cargamos en la piel, entre arsénico y pecas. Establezco esta relación de lo cutáneo y territorial, con una voz que espero me supere en varias conversaciones imaginarias con quienes ven la región después de mucho tiempo o por primera vez, para preguntar ¿es el cuerpo una figuración afectada por la tierra seca, por el pavimento, edificaciones y cerros? O inclusive ¿cómo se expande esta interrogación frente a otras interpretaciones de la ciudad, asumiendo las consecuencias en el cuerpo?

Considerando que esta región mantiene una gran diferenciación de clases, razas y posibilidades laborales dadas por el genero, y por tanto de lecturas en torno a como se percibe y vive la ciudad. Generando una jerarquía que da formas diferentes a los cuerpos y sus existencias, dotándolos de variadas cargas simbólicas. Las cuales no escapan de un panorama general, donde los patrones de aceptación y discriminación son políticas imperantes. No podemos en este punto no referirnos, aunque sea brevemente, a las condicionantes de la pandemia que afectan a la circulación del cuerpo por la ciudad, que inclusive amenazan con la muerte y que en este recorrido se visualizan por medio de la utilización de mascarilla y distancias corporales.

Caminé o mejor dicho caminamos (para pensar a los lectores como un ente activo) por la ciudad en búsqueda de esas experiencias que pudiesen hablar del problema de las instituciones, de los ordenes sociales, las ciudades y los cuerpos. Como una forma radiográfica frente a la sombra en el pavimento, con esas características en el andar, que asumen un contenido poético que se distancia de un estudio objetivo para involucrarnos directamente desde la subjetividad de sentirse en y con la ciudad. Encontrando una región caracterizada por ser un núcleo minero de extractivismo aceptado y codiciado, nos sentimos participes de una violencia normalizada como la ausencia imperceptible de minerales extraídos en pleno paisaje. Esa homogenización de lo masivo dado por la naturalización de los individuos, es lo que denota una estructura de ordenes conflictivos, desgastando las variaciones en los cuerpos por los roces de estos mismos.

Vimos como posibles destinos algunos de los recorridos más frecuentados en la ciudad: centro, mall, casino. Lugares que bien sabemos no son propios de la identidad de la zona, sino que se establecen como no lugares o espacios que se repiten en diferentes ciudades como instituciones de consumo y entretención. Desarrollamos una frustración, o quizás algunxs goce por las dinámicas capitalistas, por el condicionamiento que implica en nosotrxs como ciudadanxs los valores de uso y cambio, que bien explicaba Marx. Si bien pudiésemos proponer recorrer algunas plazas, la costanera, los cerros como lugares que escapan de la producción capitalista, o que al menos no tienen intencionalidades neoliberales explicitas.

Tendríamos que hacer varios reparos en quién los visita y de que manera, ya que por ejemplo quien se dedica a limpiar el parque, pocas posibilidades tendrá de experienciar de forma diferente el espacio. Además de que nos veremos envueltos en un momento introspectivo aparentemente individual o individualizado que desaloja la tan importante idea de colectividad, que nos permite entender de mejor manera los cuerpos y espacios como estructuras del sistema. Pero fue en el encuentro fortuito con el Bosque Escondido (proyecto desarrollado por Ramón Zavala Tapia) que las preguntas que introducen este texto agarraron un peso y sentido mayor, ya que nos sitúa en pleno desierto, paisaje identitario de la zona norte de Chile, pero con una propuesta diferente para habitar.

Al no tener una delimitación clara, una señalética al caminar, el cuerpo en medio de cerros pierde productividad y norma. Pero mantiene un grado de colectividad al ser un espacio de organización pública, ya que invita a la comunidad a ser participes de una construcción reciclada. Los desechos actúan como apariencia de estructuras a gran escala que nos hacen sentir pequeñxs, niñxs imaginando un bosque en la resistencia de plantas en pleno desierto. Propone un método de insistencia en el espacio, tanto de las plantas en el desierto, la basura en su utilidad y los cuerpos en una conducta distinta. Este pulmón verde da forma a instalaciones monstruosas con resabios de marcas inscritas en cajas plásticas de botellas, cajones de verduras y sillas viejas. La avioneta, el automóvil, el molino de viento, el barco son representaciones quietas que incitan a mover rápidamente la imaginación entre libros donados y plantas, que nos hacen sentir en un oasis de posibilidades diferentes dentro de la ciudad, alternativas que apuestan como dicen los eco ladrillos a la libertad. Concepto complejo e inabordable en este texto, pero que denota atisbos de reconocimiento diferente en el andar y en los objetos que enmarcan esta practica. Podríamos decir inclusive que, los altos niveles de radiación no afectan de la misma manera, ya que los objetos se asumen desde la reutilización, desde el desgaste como estética de resistencia al consumo. Nos posiciona como cuerpos con vivencias que se muestran a través de las estructuras con huellas, heridas, marcas. Pierde ese factor de lo nuevo, de lo impecable. Haciendo del sol un foco intencionado, una energía que se hace participe del escenario, mostrando una alternativa concreta entre tantas otras a pensar dentro y fuera de Antofagasta.

Es el cuerpo en relación a la ciudad, el que revela una estructura, un sistema que determina el tipo de vivencias posibles. Por lo que este texto se abre a la búsqueda de espacios alternativos para habitar. Sin pretender responder a las preguntas instaladas a lo largo del escrito, ni focalizarse como guía turística, sino hacer una

invitación a analizar de manera crítica la correspondencia del cuerpo con los síntomas sociales que nos contextualizan. Generando aperturas como el Bosque Escondido, donde el mercado y la economía se ven desplazados por el gran valor de la fantasía. Este recorrido tan cuestionable en sus interpretaciones anecdóticas y personales, pretende tener otras voces que tensionen la propia visión de la ciudad, de los territorios. Dejando entre ver las amplias corporalidades a las que da espacio el capitalismo, y cómo podemos resignificarlas desde esta propuesta que se enmarca en lo experiencial con rasgos auráticos, donde la lejanía se establece como una percepción diferente de la ciudad dada por lo sensible y la cercanía como la ciudad misma, en su estado material. Para posibilitar diferentes formas de espacio y comportamiento. Insistiendo en lxs lectorxs la capacidad de vivir su propio relato poético por la ciudad, que denote estructuras en conflicto, para establecer vivencias diferentes.

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