Las alarmas poblaban el aire

Las alarmas poblaban el aire

04 Abril 2014
Se preguntaban si alguien había sentido el sismo. La señora que rezaba a un Dios contaba que estaba acostada y sintió un mareo, que claro, no fue más que eso, pero se asustó por las incesantes alarmas y por el hombre con voz parca que merodeaba con tono fuerte obligando a todos a evacuar.
Eltor Ortega >
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Una alarma tras otra, una, y una otra vez más. Los celulares de su esposa y sus hijos no dejaban de vibrar con mensajes que venían de autoridades preocupadas. Desvelados y sin electricidad. La vela larga y seca que iluminaba todo el salón ya deja de existir, pequeña, como si hubiese nacido adulta y en cosa de minutos su juventud quedó hecha nada. Como la vida humana.

Afuera la gente murmuraba. La señora de la casa salió a intentar saber qué era lo que pasaba. Las alarmas poblaban el aire, quitándole el lugar a las gaviotas y su himno que era común todas las noches.

Se viene un terremoto de proporciones, decía una señora, la vecina dos casas a la izquierda. Que en la televisión, en un alargado matinal que duró hasta media tarde, explicaban con gráficos y reputados geólogos y expertos que el gran terremoto aún estaba por llegar, que el anterior sólo era una liberación de unas placas o algo así. La señora se preocupaba. Miraba al cielo y pedía que dios los cuidara.

Un vecino, le refutaba o algo así. Le contaba que no había que creerles, que el terremoto vendría tal día, que unos tipos que predicen sismos lo habían publicado y que, hasta la fecha, le habían atinado a todas sus predicciones: eran confiables, más que las autoridades. Alguien hizo un chiste sobre la ONEMI y todos rieron de buena gana, algunos como obligados, la preocupación ensombrecía sus caras.

Se preguntaban entre ellos si alguien había sentido el sismo. La señora que rezaba a un Dios lejano contaba que estaba acostada y sintió un mareo, que claro, no fue más que eso, pero se asustó por las incesantes alarmas y por el hombre con voz parca que merodeaba con tono fuerte obligando a todos evacuar.

Pero qué daba más miedo, el mismo temblor o las incesantes alarmas, se preguntaba el señor de la casa que cuidaba a sus hijos. Cómo explicarles a niños que no sintieron un temblor que esas alarmas que ponían histéricas a las señoras de afuera sólo eran preventivas que, en la práctica, su significado no era más que ese: prevenir. Cómo explicarles además los incesantes mensajes de la televisión avisando y repitiendo que lo 
peor no había llegado.

Cómo hacer que no sintieran miedo.

Las alarmas otra vez. El hombre jugueteó con la idea de una horda zombie en el horizonte. Las películas que vio de pequeño se hacían realidad. Los zombies eran mejor que el temor que se respiraba en el aire, un enemigo real estaría en frente y no predicciones ni malos augurios.

Entró la señora algo sonriente, algo asustada. Sonreía mientras contaba a su esposo que había escuchado que al día siguiente estaba pronosticado algún que otro temblor.

La televisión mostraba videos aficionados hechos en el momento del terremoto. Vidrios cayendo y gente gritando.

Las alarmas.

Será hora de dormir, pensó la mujer. Llamó a los niños e hizo que fueran a sus camas. Los abrigó y volvió al living, donde estaba su esposo. Serio. Con la mirada fija en la televisión y el control remoto en su mano derecha. Cambiando de canal cada dos minutos.

- ¿Irás a dormir? – preguntó la mujer, seria – si no vas te quedarás dormido mañana. ¿Trabajas mañana, cierto?

- Sí, si iré. Mañana saldré temprano y compramos comida y agua. Mejor estar preparado – miró a la vela casi extinta – y más velas, nos faltarán.

La mujer se fue y él, serio, seguía viendo los videos del terremoto que repetían en todos los canales nacionales. Sentía a los expertos más cercanos.

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