El FNPL y el “Once”

10 Septiembre 2013

En estos días se ha publicado en los medios una entrevista hecha a quien fuera el fundador del FNPL, Roberto Thieme, quien, cuarenta años después del golpe de estado, revela hechos inéditos y hace quemantes declaraciones.

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*Por Andiamo Presto

El 4 de Septiembre de 1970 marcó un punto de inflexión en la curva de la democracia en Chile. Ese día, el doctor Salvador Allende Gossens, en su cuarto intento por llegar a La Moneda, lograba finalmente su objetivo con el 36% de los votos después que el Congreso Nacional –con el beneplácito de la Democracia Cristiana y previo acuerdo con ésta de un “Estatuto de Garantías” por parte del líder socialista– ratificara su triunfo en la elección presidencial en desmedro del candidato de la derecha conservadora, don Jorge Alessandri Rodríguez, quien por un estrecho margen llegó placé, por expresarlo en términos hípicos, y que también tenía la opción de calzarse la banda presidencial porque, según lo establecía la legislación de esos años, en caso de no lograr alguno de los candidatos la mayoría absoluta –el 50% más 1 de los votos­– el Congreso Pleno debía decidir en conciencia quién sería Presidente entre aquellos que ocupasen los dos primeros lugares.

En Santiago, ese mismo día 4 de Septiembre en la noche, aún sin conocerse cuál candidato sería el elegido por el Congreso, se gestó el embrión de lo que sería en los meses y años venideros el Frente Nacionalista Patria y Libertad (FNPL), un movimiento revolucionario basado en los principios de un nacionalismo a ultranza, incluyendo los valores de la chilenidad, el apego a la tierra, la soberanía nacional, el orden público y las grandes gestas históricas, todas ellas ideas que, en apariencia, tenían un claro sesgo ultra conservador y que lo ponía en el extremo derecho del espectro político, superado tal vez en ese sentido por un minúsculo grupo fundado por ciudadanos ABC1 de rancio abolengo y autodenominado Fiducia, cuyos integrantes se paraban en diversas calles de la capital con vistoso trajes y capas a la usanza medieval, repartiendo panfletos y mostrando grandes pendones alusivos a su lema fundamental que rezaba “Tradición, Familia y Propiedad”, o sea, los pilares de su pensamiento y accionar políticos, cuyos efectos en la sociedad de entonces nunca fueron más allá de algo “simpático” para algunos, “interesante” para otros y “patético” o “ridículo” para la gran mayoría de quienes tuvieron la oportunidad de verlos proclamando públicamente su doctrina política.

Volviendo al tema que nos ocupa, en estos días se ha publicado en los medios una entrevista hecha a quien fuera el fundador del FNPL, Roberto Thieme, quien, cuarenta años después del golpe de estado, revela hechos inéditos y hace quemantes declaraciones que deben haber dejado anonadado a más de un encopetado congresista o un calificado ministro de estado, opiniones de las que no se salvó ni el mismísimo General Augusto Pinochet, al que calificó de “traidor” por no haber orientado en la dirección correcta –según la visión del FNPL– el enorme logro de derrocar a la Unidad Popular.

Roberto Thieme no tuvo empacho en hacer públicamente esas declaraciones, ya que, si bien su movimiento se disolvió después del golpe militar, el ideario, los valores y principios que proclamaba el FNPL siguen fuertemente arraigados en el legendario líder nacionalista y su pensamiento político no ha variado un ápice, a tal punto que en el plebiscito de Octubre 1988 votó por el “NO” convencido de que la Constitución de 1980 es ilegítima de origen, siendo uno de sus más ardientes detractores hasta el día de hoy.

La paradoja que se presenta después de conocer y analizar tanto estas declaraciones como la forma de pensar de Roberto Thieme y de muchos otros integrantes del movimiento nacionalista, es que, al cabo de 40 años, los caminos políticos de aquellos fanáticos militantes de grupos como el MIR y el FNPL, que en su momento fueron feroces e irreconciliables enemigos, ahora tienen varios puntos de convergencia, entre ellos, un rechazo visceral a todo lo que tenga relación con el Gobierno Militar –salvo en las circunstancias en que la Junta de Gobierno accedió al poder– y su abierto y demostrado desdén por el sistema neo-liberal de mercado que, a juicio de unos y otros, ha hecho a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, sin mencionar la prolongada estadía de las F.F.A.A. y de Orden en el poder ni tampoco las comprobadas violaciones a los derechos humanos, temas en los cuales estos grupos histórica y doctrinariamente antagónicos coinciden de manera casi surrealista.

Finalmente, no se puede negar que la perspectiva que da el tiempo transcurrido nos permite analizar los hechos desde un punto de vista algo más racional y objetivo, siendo prueba de ello el que han surgido voces de varios personeros y agrupaciones de todas las tendencias políticas pidiendo perdón por sus responsabilidades, acciones u omisiones respecto de las violaciones a los derechos humanos, lo que es reconocido por la gran mayoría de los actores de entonces, de una y otra trinchera, incluyendo –de modo increíble y por primera vez– a los magistrados del Poder Judicial, aunque prevalece todavía la resistencia de muchos altos oficiales en retiro de las F.F.A.A. y de Orden a aceptar sus culpas y asumir las responsabilidades que les correspondieron en aquellos trágicos sucesos.

No nos queda entonces más que esperar que cada “Once” sea menos violento que el anterior, hasta que las futuras generaciones sepan de ello a través de los libros de historia y no por desórdenes callejeros, atentados a la propiedad pública y privada, declaraciones altisonantes de todos los sectores, en fin todo aquello que en este momento no hace más exacerbar el odio y la división entre los chilenos.